Para quienes trabajamos todos los días cara a cara frente a la pobreza, la complejidad y profundidad de sus causas así como el intrincado camino para combatirla parecen ser evidentes. Sin embargo, fuera de las trincheras de la lucha contra el hambre es fácil perder de vista la urgencia del pragmatismo necesario para mitigar esta problemática.
Podría resultar difícil imaginar que en un país con más de 61 millones de pobres (de los cuales 21 millones viven en pobreza extrema) sea complicado inferir que la prisa por aliviar el hambre sólo puede detenerse por los obstáculos materiales más inexorables. A pesar de esto, las brechas históricas de desigualdad han hecho posible que nuestra nación experimente simultáneamente diferentes realidades: una desde el privilegio y otra desde la marginación. Pretender que parados en la primera podemos elaborar prescripciones para reparar las disfunciones de la segunda resulta ser un ejercicio fútil.
Si bien, bajo esta misma lógica, los cuestionamientos acerca de la idoneidad del modelo de bancos de alimentos son frecuentemente válidos; resulta especialmente importante analizar los métodos que dirigen las intervenciones de alivio del hambre dentro del contexto en el que estas se desarrollan. Aunque el modelo de banco de alimentos establece directrices para la estructura, desarrollo y gestión de las organizaciones que lo adoptan, estas se confinan a lo esencial. Es decir, su rol es asegurarse de que exista una coherencia básica (casi meramente ontológica), el resto de características de los bancos de alimentos por lo regular responden a la legislación y normatividad locales así como a las características de los sistemas alimentarios en los cuales se insertan.La importancia de separar deseos o añoranzas de puritanismo ideológico gestadas desde una posición privilegiada a un lado de las estrategias para responder a la urgencia moral de mitigar el hambre en nuestras comunidades resulta vital para llevar a cabo la praxis social y política que implica la operación de los bancos de alimentos en lugares como México. Está claro que los obstáculos y la escasez que se vive en muchas partes de nuestro país han contribuido a moldear a las instituciones que se gestan ahí. En este sentido, podríamos decir que Alimento Para Todos navega balanceándose entre las fuerzas del mercado, las instituciones locales y la necesidad apremiante de algún tipo de alivio que no está siendo completamente atendida. Este acto de equilibrio se realiza a partir de las directrices básicas del modelo de bancos de alimentos.
Al cumplir 25 años operando ha sido más evidente que nunca que la creciente prevalencia de instituciones de asistencia alimentaria tiene causas profundas e imposibles de abordar sin una estrategia transversal que tome en cuenta diferentes identidades y una variedad de dispositivos de equidad en todos los sectores de la sociedad y de la vida de las personas: el sector privado, público y social así como el aspecto público y privado de la vida de los ciudadanos que por generaciones han vivido con hambre. El modelo de banco de alimentos es un esfuerzo que involucra a una amplia cantidad de actores: una intervención para aliviar el hambre que sirve como nexo entre los diferentes sectores para abordar la inseguridad alimentaria y, al mismo tiempo, reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos a nivel comunitario. Está claro que los bancos de alimentos no pueden ser la única intervención con la que cuente nuestra sociedad para abordar el estado endémico del hambre, sin embargo, estos pueden ayudar a compensar la falta de programas de servicios sociales, llenar los vacíos en donde la pobreza laboral es recurrente y responder rápida y eficazmente a eventos catastróficos y crisis.
Si bien la naturaleza de los bancos de alimentos tiende a ejercer presión en el equilibrio de oferta y demanda dada la constante dependencia en los donativos para poder subsistir, hemos mantenido esto en mente. A medida que la organización ha madurado, nos hemos encontrado con una dicotomía fundamental: ejercer un rol de alivio emergente para individuos en dificultades u orientar nuestros esfuerzos en transformar las causas profundas que continúan arrastrando a millones de mexicanos a situaciones precarias de las cuales pocos logran escapar. Frente a esta elección hemos escogido la segunda opción y para hacerlo, hemos respondido desarrollando mecanismos de sostenibilidad que resultan imprescindibles para asegurar la permanencia institucional y garantizar atención durante el tiempo necesario a quienes de otro modo posiblemente no contarían con más alternativas.Es imposible negar que existe una aparente paradoja en este esfuerzo. En un mundo ideal, los bancos de alimentos no tendrían por qué existir y mucho menos ser necesarios. Trabajar con el fin de terminar con el hambre también significa hacerlo con el objetivo de que la existencia de la institución, como funciona ahora, deje de ser necesaria. Sin embargo, consideramos que no hacer nada frente al hambre es una decisión inaceptable.