A medida que el coronavirus continúa esparciéndose por el mundo, los gobiernos han respondido con restricciones de movimiento y cierres de fronteras. Si bien estas medidas son necesarias para proteger la salud pública, también están alterando las cadenas de suministro de alimentos a nivel mundial, forzando los precios al alza y aumentando el riesgo de disturbios sociales. Pero primero, ¿qué es la seguridad alimentaria?La seguridad alimentaria de una comunidad depende de que se cumplan tres pilares principales:
Disponibilidad de alimentos.
Acceso a los alimentos.
Utilización de los alimentos.
Disponibilidad de alimentos significa que hay suficientes alimentos físicamente presentes para toda la población. El acceso a los alimentos significa que las personas pueden obtener los alimentos disponibles. Los hogares pueden acceder a los alimentos de muchas maneras: mediante producción, compra, trueque, obsequios, programas de asistencia social o ayuda alimentaria. Por su parte, la utilización de los alimentos se refiere a la forma en que el cuerpo de las personas usa los alimentos que consume.
El impacto global de una pandemia puede afectar el estado de la fuerza laboral, los sistemas de trasporte y las cadenas de suministro. Debido a la expansión de la globalización el impacto del virus en áreas lejanas del mundo puede provocar que una comunidad local experimente una crisis alimentaria aún antes de que el virus cause daños directamente sobre la salud de sus integrantes.
Sin embargo, todo parece indicar que los efectos negativos de esta situación no ocurren de la misma manera en todos los sectores de la sociedad. Algunos grupos estarán más expuestos que otros al riesgo del impacto sobre la seguridad alimentaria de una pandemia. Las poblaciones más expuestas a al riesgo de contingencias sanitarias como esta son aquellas que ya estaban batallando con el hambre, la salud y la pobreza. Además de estos grupos, muchos otros hogares se han vuelto vulnerables al impacto de una crisis de esta magnitud debido a la manera en que ésta afecta los sistemas económicos y sociales. En términos simples: cualquier hogar que no haya tenido la posibilidad de prepararse económicamente para una recesión o una disrupción en los sistemas comerciales, como los que genera una pandemia, enfrentará mayores dificultades para adaptarse al impacto que esta genere en su entorno.Desde una perspectiva nacional, los países pueden ser vulnerables en términos de suministro de alimentos, acceso a alimentos o ambos. En un país que ya contaba con más del 50% de su población luchando por satisfacer sus necesidades dietéticas, el grueso de los hogares se enfrenta a un gran desafío. A nivel mundial, se ha observado que las regiones en donde hay un gran número de personas empleadas en el sector informal enfrentan el desafío adicional de manejar la pandemia sin forzar a los hogares a una mayor inseguridad alimentaria. El cierre de la economía en México supuso la pérdida de 11.9 millones de empleos de acuerdo con la encuesta sobre COVID y el mercado laboral (ECOVID-ML). Sin signos de una desaceleración importante y prolongada de los contagios, se espera que este panorama continúe empeorando.Los bancos de alimentos actúan como un brazo logístico para una variedad de programas para aliviar el hambre. Observamos y nos comunicamos con integrantes de las cadenas de suministro para vincular los donativos con los sectores que no tienen suficiente comida. Recuperamos los excedentes de alimentos de supermercados, fabricantes, agricultores y agencias gubernamentales para luego distribuir esos productos a agencias de primera línea, como despensas de alimentos y comedores comunitarios.
Sin embargo, aún es difícil estimar todos los recursos que se necesitarán para mantener los niveles de apoyo ante esta pandemia, o incluso cuánto tiempo se podrá seguir haciendo. A medida que las donaciones privadas se agotan y la demanda aumenta, nuestras instituciones deben asegurarse de que cuando termine la pandemia y sea seguro volver a los supermercados y reactivar todo el sistema comercial, no se ignoren las necesidades de nuestras comunidades, cuyos niveles de bienestar es posible que no se recuperen al mismo ritmo que la actividad comercial.
Organizaciones de ayuda, bancos de alimentos y sociedad en general debemos tomar conciencia de que el problema no terminará cuando los semáforos estén en verde. Volver a la normalidad necesitará del trabajo de todos para construir sistemas alimentarios robustos y responsables, capaces de evitar que nuevas crisis nos tomen por sorpresa.