Estos meses han llevado a muchos de nosotros a nuestros puntos de ruptura. La pérdida y el dolor han plagado nuestras vidas en momentos tensos y debilitantes. Hemos escuchado todas las historias: un hombre se despierta sintiéndose bien, tal vez un poco lento, pero nada fuera de lo común. Resulta positivo a COVID-19 y, en cuestión de semanas, él, como cientos de miles más, ha muerto. Un niño pequeño termina sus clases a distancia, se despide de su madre que se dirige al trabajo sin tener idea de que unos minutos más tarde esta se sumará a las docenas de miles de desaparecidas en México.
Hemos sido testigos de protestas pacíficas que reciben respuestas violentas. La salud se convierte rápidamente en enfermedad. En lugares donde alguna vez hubo comunidad, ahora hay división.
Estas condiciones se deben parcialmente a nuestra propia incertidumbre y la percepción de que “las tajadas son finitas”, en situaciones así, es común entrar en pánico y tratar los recursos como escasos. Durante momentos de crisis, frecuentemente hacemos lo que sea necesario para protegernos. Esto es especialmente claro hoy: hemos visto a los acaparadores recolectar miles de botellas de desinfectante para manos y los esparcidores ignoran las advertencias para mantener la distancia física y evitar infectar a grupos vulnerables. Hemos visto a legisladores retener fondos de emergencia y a empresarios hacer despidos masivos ante cualquier posibilidad de asumir alguna pérdida.
En un estudio publicado en el Journal of Personality and Social Psychology los investigadores evaluaron la inteligencia de grupos de personas con una serie de problemas de razonamiento cuantitativo, verbal y analítico. Luego los enviaron a negociar. La inteligencia dio frutos, pero no de la forma que cabría esperar. Cuanto más inteligente era la gente, sus contrapartes resultaban más beneficiados en la negociación. Quienes obtuvieron mejores resultados en la evaluación cognitiva utilizaron estas capacidades para incrementar valor, encontrando formas de ayudar al otro que no les costaban nada. No se trata de un resultado aislado. En un análisis exhaustivo de 28 estudios, los negociadores más exitosos se preocuparon tanto por el éxito de la otra parte como por el suyo propio. Entendieron que antes de poder reclamar valor, era necesario crear valor.
Esto no se limita a la negociación. Algunos economistas han encontrado que cuanto más alto es el puntaje de los estadounidenses en las evaluaciones cognitivas, más dan a la caridad, incluso después de ajustar proporciones de acuerdo con su riqueza, ingresos, educación, edad y salud. De igual forma, algunos psicólogos argumentan que cuanto más inteligentes son las personas, es menos probable que tomen recursos para sí mismas, y es más probable que den a un grupo.
En medio de la pandemia, algunos establecimientos hacen todo lo posible para desalentar el egoísmo. Una tienda en Dinamarca aparentemente ha colocado un letrero debajo de un desinfectante para manos con el precio de una botella en aproximadamente $4 y el precio de una segunda botella en $95.
Hay un momento y un lugar para ser duros con los acaparadores. Si ha estudiado teoría de juegos, conoce el resultado clásico: “ojo por ojo” como estrategia dominante. Pero evidencia científica acerca de las negociaciones respalda un enfoque diferente.
El ojo por ojo funciona bien en interacciones de una sola vez. Pero cuando se forman relaciones y reputaciones continuas, dicha estrategia a menudo pierde frente a una alternativa generosa.
Si la otra parte adopta una postura egoísta tres veces, en lugar de competir las tres veces, parece que nos iría mejor cooperando de todos modos una vez. Cuando damos incondicionalmente de vez en cuando, damos una razón para ajustar la respuesta del otro.
Creer que las tajadas son finitas es una profecía autocumplida. Cuando esperamos lo peor de los demás, sacamos lo peor de los demás. Cuando reconocemos que todos sienten el impulso de ayudar (a menos que sean sociópatas) tenemos la oportunidad de sacar a relucir las partes más constructivas de las personas.
A pesar de la evidencia, la fragmentación ideológica, junto con el aislamiento social necesario para luchar contra esta pandemia, nos ha dejado más solos que nunca. En donde los momentos tristes, de temor o sacrosantos se viven en soledad nadie se detiene para preguntar: «¿Estás bien?»
Si bien algunos resentimos esta desintegración y el aburrrimiento, muchos otros resienten la precariedad, el desempleo y la constante angustia de no saber si podrán comer el día de mañana. Así que este fin de año, mientras planeamos festejos como nunca antes lo hemos hecho, muchos de nosotros separados de nuestros seres queridos, solos, enfermos, asustados y quizás luchando por encontrar algo, cualquier cosa, que le de sentido a todo esto, comprometámonos a preguntarle a los demás, «¿Estas bien?» Y si tenemos los medios, ayudar a aquellos de nosotros que han perdido más.
Alimento Para Todos extiende una invitación a contribuir para continuar ofreciendo una línea de ayuda a quienes se encuentran al borde de la inseguridad alimentaria. Reconocemos la generosidad de aquellos que ayudan a aliviar las dificultades de otros, es por ello que este primero de diciembre nos unimos a la celebración de #undíaparadar.